domingo, 25 de abril de 2010

LA SAMARITANA DE HONDURAS

A Juana Pavón

Jn 4, 1- 42; Mt 21, 31

A mí me dicen Honduras, no sé por qué. Mi madre era india y tuvo cinco maridos. Cada uno de ellos la violó y la robó repetida y religiosamente. El primer marido fue un fanático español, el segundo fue un pirata inglés, el tercero fue un vaquero gringo, el cuarto fue un caudillo cachureco, y el quinto fue un caudillo colorado.

Todos tenían olor a pólvora, a ajo, a agua bendita, a pescado podrido, a leche cuajada y a burro. Todos tenían los ojos de toros en celo, garras de pumas y picos de zopilotes.

Se echaron encima de mi madre y sacaron de su vientre oro y plata;

le arrancaron sus milenarios árboles de madera fina; le pusieron cercos a sus tierras de eterna primavera y las sembraron de bananas y de vacas para la exportación... Una vez despojada de su belleza, la botaron afuera. Es allí donde nací yo de padre desconocido, desterrada en mi propia tierra, como casi todos los hijos e hijas de mi patria.

De por mi madre, soy hermana de los que se quedaron con el país heredado de aquellos cinco hijos de puta que abandonaron a mi madre y no me reconocieron a mí. Se quedaron con todo, y como buenos hijos de sus padres, cada día nos siguen cagando encima

a mí y a los seis millones que son como yo. En esto radica mi identidad: ser media hermana de zopilotes e hija de ningún padre.

Será por eso que me llaman “Honduras”.

No soy religiosa pero amo a Dios, porque mi Dios no es el dios de los que pintan lindo por fuera y están podridos por dentro. Mi Dios es el Dios de los leprosos como yo, aparentemente feos pero invisiblemente limpios como suelen ser aquellos que odian la mentira.

Muchos pecados tengo, pero no los tapo.

“En ti no hay falsedad,” me dijo un amigo, con quien, hace poco, estuve tomando cerveza en un bar que las damas no frecuentan pero, sí, sus maridos y mujeres como yo.

Me decía él: “Todo el país está prostituido, de pies a cabeza, comenzando con la gente más importante. El problema con ellos es que todos se hacen los santos, los puros, los inmaculados, los salvadores y mesías del pueblo. Todos son la solución, todos son la salvación, pero todos son ladrones, mentirosos y por demás corruptos. Sus manos chorrean sangre, sangre de mi pueblo al que tienen engañado, embobado, anestesiado, hipnotizado, cegado, secuestrado, hambreado, hecho pedazos, cagado, jodido y asesinado.”

“Contigo es distinto, me dijo él a mí. Todos te explotan, y te tienen agotada. Pero tú no pides nada y das lo que no tienes; sólo buscas lo que buscan los niños: una casita llena de flores, tan siquiera una comida sana por día y mucha ternura. Sólo buscas que se te devuelva el alma robada. Hoy me has visto con sed y pobre como tú, y me convidaste a una cerveza. Por eso digo que eres hermosa y limpia. Eres buena, por lo tanto, eres linda.”

Le pregunté si era brujo por adivinar tan bien mis pensamientos. Él se rió y me contestó que podía leer fácilmente en mí “porque eres transparente, me dijo, como agua cristalina que brota de la roca y salta hasta los jardines de Dios. En ti no hay falsedad. Por eso estás cerca del corazón de Dios y vas al frente en su Reino.”

Le dije que él era un buen poeta, pero que yo no practicaba ninguna religión... Él me dijo: “¡Enhorabuena! Eso de las religiones es un fracaso. Ya llegó la hora que eso cambie y que cada uno descubra por su cuenta, en lo hondo de su corazón la verdad de un Dios que es Espíritu y más libre que el viento.”

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